Hola a todos, ¡qué tal el día? Pues aquí seguimos. Igual que ayer (menos mal). Hoy he tenido que salir, porque ya nos hemos acabado las reservas de carne. He encargado todo por teléfono y sólo he ido a recoger el pedido. Y de paso al estanco. Por si acaso.
Ahora tengo la nevera a tope, lo que significa que mañana toca ‘cocina’ para congelar después. Sabiáis que los filetes rusos en Alemania se conocen como ‘bistec alemán’. Curioso, ¿no?
Por cierto, ayer por la noche intenté hacer la declaración de la Renta y fue imposible. Un lío con el Pin. Te mandan uno, lo pones y te da error. En fin, esperaré unos días porque se ve que ahora está todo el mundo como loco.
Ya hemos visto dos episodios de ‘Historias para no dormir’. Me encantan las introducciones de Serrador con ese humor negro suyo. Ah, ¡y salen los dos rombos!
Ayer os dejé con la intriga de cómo siguió mi vinculación al mundo de la farándula. Sigo: en su día (hace ya mil años, por lo menos) estudié Ciencias de la Información, rama Imagen y Sonido y estando en 5º surgió la oportunidad de ir a TVE a hacer unas prácticas. Empecé viendo el desarrollo del programa ‘625 líneas‘, es decir, grabación y montaje. Ahí conocí a Pepa M.M. que era también ayudante de realización en un programa juvenil, ‘Informativo juvenil – La Semana‘ y me invitó a que fuese con ella a las grabaciones. Y fui. Estuve aproximadamente un año yendo todas las semanas. Estábamos en la sala de control y fui aprendiendo el trabajo de ayudante de realización. De hecho, alguna vez que ella no pudo venir yo hice su trabajo. Me sentía casi como una más del equipo. ¡Error! ¡Craso error! Uno de los días más interesantes fue cuando vino el escritor Richard Bach (autor de ‘Juan Salvador Gaviota‘) al programa. Había pedido una lista de la gente que trabajaba en el mismo para dejarles unos libros firmados por él. Los de producción hicieron la lista de todo el mundo y me incluyeron también, al fin y al cabo llevaba ya un montón de tiempo con ellos. Pero hete aquí, que el director del programa tachó mi nombre de la lista. Un detalle por su parte porque sabia perfectamente que estaba allí cada semana. Ya véis, unos tanto y otros tan poco. Hay alguna cosilla más que podría contar, pero no es para dejarla por escrito.
Este ha sido el capítulo 2. Queda otro.
Una cosa del pasado que siempre me ha llamado la atención han sido las contradicciones de este país. En su día las películas de 007 eran para ‘mayores de 18 años’ y en Madrid era imposible colarse. Pero en verano, en la Playa de San Juan, había un cine de estos al aire libre (‘Cinema Playa’, toma ya), y ahí me las veía todas. También ponía en la entrada ‘Mayores 18 años’, pero entraba todo el mundo. Con esas sillas de madera. Y todos bebiendo horchata y comiendo pipas. Cada día dos películas diferentes. Me acuerdo que teníamos que llevar una linterna, porque prácticamente no había farolas. Claro, no había paseo marítimo ni nada parecido. Entonces escuchábamos esto y bailábamos con aquello.
Durante los primeros años hacer la compra era un número. Venía un pescadero, un frutero, etc. con unas camionetas que aparcaban delante de los edificios y les comprabas directamente a ellos. El de la fruta luego puso un supermecardo enfrente del cine. El primer super estaba en un garaje.
El chiringuito más famoso de la Playa era ‘Casa Domingo‘. La sopa de fideos estaba de muerte (yo es que soy muy sopera, sabéis). Llevaba un sistema que, en su día, debía ser lo normal: el dueño, Domingo, estaba sentado en una mesa y los camareros le pasaban la comanda y ya no sé si él les daba unas fichas o los camareros a él. Por lo visto era para asegurarse que los camareros no dejaban que los clientes hicieran un ‘sinpa’ ya que ellos respondían del pedido. Tan bien les fue a los de ‘Casa Domingo‘ que después hicieron un hotel en la playa. Los tiempos de la España que aun no tenía televisión en todos los sitios. Cuando las familias se hacían el viaje Madrid-Alicante en 9 horas en un 600 y con equipaje (y sin aire acondicionado). Igual que hoy, vamos.
Esto más que un diario se está convirtiendo en unas ‘memorias’ (y no de África preciamente). Voy a tener que cambiar el chip y regresar al presente.
Nos vemos mañana, que será otro día.