A pesar de la necesidad de un heredero para la corona española, Fernando VII tardó 10 años en casarse otra vez. Y no fue por no buscar una pretendiente idónea. Simplemente las cosas se iban complicando cada vez más y él ya no era muy ‘interesante’.
Conjura de El Escorial
Fernando VII no sabía cómo quitarse de en medio a Godoy. Animado por su ‘camarilla’, entre ellos el canónigo Escóiquiz, el duque del Infantado y el conde Orgaz decidieron que la mejor forma era cambiar de rey. Así, en 1807 el príncipe Fernando envió un escrito a Napoleón ofreciéndose como rey de España a la vista del rumbo que estaba tomando el país en manos de Godoy.
El plan llegó a oídos de Carlos IV y fue desbaratado. Fernando VII siempre tuvo mucha habilidad para culpar a los demás de sus propios errores o acciones. También entonces adujo que fue engañado, delató a su seguidores y pidió perdón a su padre. Sabía cómo salvarse siempre y salir indemne.
Con las tropas francesas en España con la excusa de llegar a Portugal, Godoy decidió que era mejor que la familia real se trasladase a Aranjuez para, si hiciera falta, ir desde allí al sur para huir a América.
El grupo ‘fernandino’ volvió a las andadas. Esta vez se pretendió que fuera ‘el pueblo’ el que echara a Godoy y así se produjo el conocido como ‘Motín de Aranjuez‘ en el que un grupo de exaltados fueron al palacio de Godoy y finalmente le apresaron. Parecía que motín había sido un éxito. El pueblo odiaba a Godoy y aplaudía a Fernando VII. Carlos IV logró ‘salvar’ a Godoy, pero cansado abdicó en favor de su hijo. Fernando VII había conseguido finalmente lo que quería. Sin embargo, había un gran ‘pero’: hacía falta el visto bueno de Napoleón como dueño de media Europa. Y Napoleón era mucho más astuto que Fernando. Citó a todos en Bayona. Lo que aconteció entonces ya lo hemos relatado en otros artículos de este blog dedicados a Carlos IV, Godoy y José I, por lo que no vamos a insistir en el mismo tema.
El hecho es que la salida de la familia real provocó el levantamiento del 2 de mayo y, posteriormente el reinado de José I.
Durante la Guerra de Independencia, Fernando VII vivió en el castillo de Valencay junto a su hermano Don Carlos (futuro pretendiente al trono) y su tío Don Antonio. El castillo era propiedad del Talleyrand. Parece ser que no vivieron mal, aunque en los últimos años se les ‘cerró’ el grifo económico y tuvieron que prescindir de bastante personal. Tampoco le salió demasiado mal la jugada a Fernando. Mientras España sufría una guerra, el estaba a salvo y esperando a recoger los frutos. Otra muestra de su gran habilidad para esquivar los problemas.
Durante todo este tiempo quedó claro que Fernando VII no era un buen partido, asi que la búsqueda de una nueva novia quedó relegada a tiempos mejores.
Buscando novia
En 1813 se firmó el tratado de Valençay en el que Napoleón reconocía a Fernando VII como rey de España a cambio de la evacuación pacífica de las tropas y gobierno francés. Napoleón tenía que acabar con el problema español, ya que le impedía dedicarse a sus demás frentes abiertos. Se vió la posibilidad de casar al rey con la hija de José I y Julia Clary. Sin embargo un año después Napoleón ya estaba en la isla de Elba y no había por qué unirse a su familia que ya no aportaba nada.
Dos hermanas portuguesas
Tras siete acuerdos nupciales fracasados, Fernando VII encontró, por fin, una nueva reina. Sería su sobrina María Isabel de Braganza, hija de la hermana mayor del rey, la infanta Carlota Joaquina y del futuro rey Juan VI de Portugal. Al mismo tiempo se decidió también la boda del hermano del rey, Carlos María Isidro, con la hermana de María Isabel, María Francisca.
Esta boda portuguesa interesaba a Fernando VII ya que pondría fin a los enfrentamientos previos con el país vecino y ayudaría a mantener la administración española en las colonias americanas.
María Isabel de Braganza nació en 1797. Era la tercera de diez hermanos. De su madre se decía que había tenido varios amantes y que sus hijos no eran del rey.
Unos padres conflictivos
A Carlota Joaquina la casaron con con Juan de Portugal cuando tenía diez años. Padecía raquitismo y era bastante fea, aunque destacaba por su inteligencia. Era ambiciosa y siempre quiso dominar la voluntad de su marido. Llegó a formar su propio partido para derrocar al futuro rey. Descubierto el complot el matrimonio llevó vidas separadas, viéndose sólo en actos oficiales.
Exilio en Brasil
Cuando las tropas francesas avanzaban hacía Lisboa, la familia real portuguesa se exilió a Brasil, su principal colonia americana. Se establecieron finalmente en Río de Janeiro. El rey se fue a vivir con sus hijos varones, Carlota Joaquina con sus hijas. Las niñas recibieron una esmerada educación europea. María Isabel destacó por sus habilidades pictóricas y musicales.
En 1810 comenzaron los procesos secesionistas de las colonias americanas bajo el dominio de España. Juan de Braganza vió la posibilidad de anexionar a Brasil las colonias colindantes, es por esto que a España le interesaba la unión con Portugal para que respetase los límites de sus posesiones.
El pacto de las dos bodas era un buen motivo para que Carlota Joaquina volviera a Europa, pero la muerte de la reina María I de Portugal en 1816 la convirtió en soberana de Portugal y Brasil. Sus hijas esperaron a la coronación de sus padres antes de salir de Brasil.
Mientras tanto en España se conoció el acuerdo matrimonial que Fernando VII había llevado en secreto, ya que su elección no iba a gustar por los problemas internos de la casa real portuguesa. A pesar de diferentes acciones para desbaratar el acuerdo, ya era demasiado tarde. Aún así, el rey Juan VI en contra de lo pactado, había comenzado la conquista de Montevideo diciendo que sólo quería afianzar las fronteras brasileñas. Este hecho motivó la indignación del gobierno español, pero las dos princesas ya estaban en Cádiz. Se decidió que María Isabel de Braganza no era culpable de las acciones de su padre.
Fea, pobre y portuguesa, ¡chúpate esa!
Esta frase corría por el Madrid fernandino acerca de la futura reina. María Isabel tenía entonces diecinueve años. Era morena, de ojos oscuros y regordeta. Y, como siempre, es fácil burlarse del aspecto físico de los demás sin tener en cuenta otras facetas de la persona. ¡Y eso que no había redes sociales! Venía prácticamente sin dote. Tuvo que pedirle a su futuro marido que le consiguiera un ajuar y el vestido de novia. Pero María Isabel era una mujer muy sensata y con los conocimientos suficientes para el puesto que iba a ocupar. Sabía tomar sus propias decisiones, era humilde al tiempo que demostraba gran dignidad.
La boda se celebró en 1816. En un primer momento los dos hermanos no encontraron a sus prometidas demasiado agraciadas, hecho bastante chocante teniendo en cuenta que ellos tampoco eran precisamente muy apuestos. Con el tiempo parece ser que ella se enamoró de su marido aunque él no le correspondiera de igual manera. Fernando tenía obsesión por mostrar que era el ‘amo’ de la casa y que ninguna mujer le podía dominar. Seguía con sus líos amorosos, sobre todo con mujeres de baja estofa.
Tras la boda los dos matrimonios vivieron en el palacio y las dos hermanas Braganza tomaron el mando en sus manos. María Francisca, tres años menor que María Isabel, también era de carácter fuerte e inteligente. Más adelante defendería los derechos de su marido a la corona apoyando el partido carlista.
El Sexenio Absolutista (1814-1820)
Durante el reinado de José I se había creado una Junta Central que aglutinaba a la resistencia española. Estaba presidida por el conde de Floridablanca y sería la que propusiera la Constitución de Cádiz en 1812. Preveía una monarquía parlamentaria, la anulación de privilegios y reformas sociales. Se esperaba que Fernando VII aprobara esta Constitución, ya que, al fin y al cabo, sus creadores habían luchado y resistido por él. Sin embargo el rey no pensaba ser un monarca parlamentario. Al volver a España aprovechó para hacer bastantes paradas en distintas ciudades y ver cómo era recibido. Ante el éxito de su regreso, no juzgó necesario firmar la nueva Constitución, más bien al contrario, anuló todas sus reformas. Se desató una caza de liberales que fueron apresados o huyeron al exilio. Durante la primera etapa de su reinado, conocida como el sexenio absolutista, quiso reforzar su poder y reprimir a sus opositores.
Fue esta una época de varios pronunciamientos militares, tan ‘populares’ en nuestro país, aunque de poco éxito. El ejercito estaba constituido por dos grupos distintos. Por un lado, el ejército regular, pasivo en un primer momento y que siguió las órdenes francesas, aunque con el tiempo fueron cada vez más críticos con quién había destituido al ‘rey’ español. Esta parte del ejército se apoyó a Fernando VII cuando volvió al país y en contra de la nueva Constitución.
Por otro lado encontramos en ese mismo ejército español a los que en su momento fueron los ‘guerrilleros‘. Se les mantuvo siempre en una segunda línea, lo que no ayudó a que estuvieran precisamente satisfechos y les hizo volverse hacia los liberales. En este sentido contaban también con el apoyo de gran parte de la burguesía.
La Masonería
La burguesía se había visto favorecida en tiempos franceses con el sistema de monopolio en las relaciones con las colonias y vio claro que había que reorientar la actividad al propio mercado español llevando a cabo grandes reformas. Para poder llevar a cabo esas reformas o cambios, que oficialmente no se podían ni mencionar, se apoyaron en asociaciones secretas. La más importante de ellas: la masonería. La masonería llegó a España en el siglo XVIII adquiriendo mayor importancia en la época del reinado francés proliferando las logias. En un principio no era más que un grupo que perseguía fines filantrópicos y fraternales. Pero para los borbones su idea de ‘tolerancia’ era totalmente subversiva. Ya Felipe V y Fernando VI habían firmado decretos contra esta sociedad.
Cuando volvieron los prisioneros de Francia trajeron consigo un concepto más político de la masonería con fines revolucionarios. La nueva masonería compuesta por los militares descontentes y apoyados por los burgueses quisieron sustituir la monarquía absolutista por una liberal lo que llevó a varios pronunciamientos que no tuvieron mayor consecuencia: Espoz y Mina (1814) en Navarra, Juan Díaz Porlier (1815) en La Coruña, Vicente Richart (1816) que intentó secuestrar al rey, Luis Lacy (1817) en Barcelona, Joaquín Vidal (1819) en Valencia. Todo esto hasta 1820.
Por fin una reina en palacio
Como había pasado tanto tiempo sin que España tuviera una reina, María Isabel tuvo que restablecer el protocolo y la etiqueta que prácticamente se habían perdido. Aprovechó la oportunidad e impulsó reformas.
Parece ser que aconsejó a Fernando VII que fuera menos duro con sus adversarios e incluso le propuso una amnistía general.
Al poco tiempo de casarse María Isabel ya estaba embarazada. Para gran escándalo de la corte decidió no utilizar corsé durante el embarazo y quiso utilizar el novedoso algodón de América para la ropa del futuro hijo. Además quería que le pusieran la vacuna contra la viruela y amamantarle ella, cosa que no se veía con buenos ojos en la alta sociedad.
En agosto de 1817 nació la infanta María Isabel Luisa y, aunque no era el esperado varón, Fernando VII estaba muy contento con su pequeña que, lamentablemente, moriría cuatro meses después. El rey conmemoraría todos los años la fecha de su muerte.
María Isabel y su legado
Un balneario
Tras el parto María Isabel se dedicó con gran ahínco a la creación de varias instituciones.
En su honor se fundaron dos reales sitios, La Isabela y los Baños de Sacedón en Guadalajara. Los reyes planearon la construcción de un palacio allí rodeado por una ciudad balneario abierta a enfermos que podían disfrutar de las aguas medicinales.
El Ayuntamiento de Madrid le regaló una pequeña casa de recreo, el casino de la reina, aunque parece que fue más su marido el que disfrutaría después del sitio para sus escarceos.
Porcelanas
En 1817 María Luisa fundó la Real Fábrica de Porcelana de la Moncloa aprovechando las pastas y moldes de la fábrica del Buen Retiro que había quedado destrozada por los franceses. Ahí se fabricarían objetos para uso exclusivo de la familia real.
La pintura
Junto a su hermana y cuñada impulsó las actividades de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, fomentando también la enseñanza del dibujo para niñas y jóvenes.
El edificio que se había construido en tiempos de Carlos III para albergar el Gabinete de Historia Natural estaba en ruinas. María Luisa hizo que se recuperara el edificio para albergar la que se convertiría en una de las pinacotecas más importantes del mundo, el Museo del Prado. Participó ella misma en la selección de más de mil quinientas obras que debían estar en el museo. También quiso que estuviera abierto al público.
Una muerte prematura
Al poco tiempo de morir su primera hija, María Luisa estaba embarazada otra vez. Tenía que dar a luz en la época navideña de 1818. El 26 de diciembre empezó a encontrarse mal, con fuertes dolores de cabeza. Sufrió dos hemiplejias que le causaron la muerte. Se realizó entonces una cesárea. Nació una niña que, sin embargo, sólo vivió unos minutos. María Luisa tenía solamente veintiún años y había estada casada dos. En ese corto espacio de tiempo logró el cariño del pueblo al que demostró su buen hacer.
Tras su muerte corrieron todo tipo de rumores, como que le habían practicado la cesárea estando viva. Sin embargo Fernando VII ordenó redactar un informe esclareciendo los hechos.
Otra joven que no pudo demostrar todo de lo que era capaz y que murió casi sin haber vivido.
Había llegado el momento de buscar nueva esposa para este trono que seguía sin heredero.
Fuente:
Rubio, María José: ‘Reinas de España’, La esfera de los libros, 2009.
Díaz-Plaja, Fernando: ‘Fernando VII’, Planeta Agostini, 1991
Sánchez Mantero, Rafael: ‘Fernando VII. Un reinado polémico’, Historia 16. Temas de hoy, 1996
Ortega Rubio, Juan: ‘Historia de España. Tomo V’, Casa Editorial Bailly Bailliere, S.A., 1908