La infanta Isabel de Borbón, «La Chata»

Princesa de Asturias

El 20 de diciembre de 1851 nació Isabel de Borbón y Borbón, primogénita de la reina Isabel II y su consorte, Francisco de Asís, aunque  José Ruiz de Arana y Saavedra, duque de Baena, fue amante de la reina entre los años 1850 hasta 1856, por lo que posiblemente el padre fuera él. A la pequeña incluso le pusieron el mote de «la Araneja».
Isabel era la heredara al trono de España mientras no hubiera un hijo varón. Fue la primera infanta que llevó el título de Princesa de Asturias desde su nacimiento, ya que Isabel II había aprobado un decreto el año anterior, según el cual el sucesor inmediato a la corona recibiría este título, fuera hombre o mujer.

Presentación accidentada

Era costumbre que los recién nacidos fueran presentados en la iglesia de la Virgen de Atocha y así se había previsto todo para el 2 de febrero de 1852. En la iglesia se iba a celebrar una misa de purificación para dar gracias por el nacimiento. Antes, en palacio, se celebraría un oficio religioso en la capilla real.

Cuando la reina y su séquito se encaminaban hacia ésta, un cura trastornado, Martín Merino, atacó a la reina con un cuchillo que le clavó en el costado. Por suerte, este atentado se vió frustado, ya que al parecer el cuchillo no pudo traspasar los bordados del manto que llevaba la reina y, además, resbaló sobre las ballenas del corsé.

Isabel II con ‘la chata’, Museo del Romanticismo, ©LD

Cinco días después, a la misma hora del atentado, el cura Merino era ejecutado, a pesar de que la reina intentó evitar este final.

La reina tuvo que guardar cama unos días, pero se recuperó pronto y diez días después se llevó a cabo la celebración interrumpida por el infortunado incidente. Para agradecer a la Virgen el haber sobrevivido, la reina regaló a la imagen las ropas y joyas que llevaba en aquel momento.

Como agradecimiento por el cariño mostrado por el pueblo de Madrid, la reina decretó unos días después que se fundara un hospital en la capital que llevaría el nombre de Hospital de la Princesa, en honor a su hija.

Martín Merino, ©Wikipedia

 

Una educación del momento

Isabel II se había visto desprovista del cariño familiar desde muy joven. Por un lado, la muerte de su padre, Fernando VII, por otro, el matrimonio secreto de su madre con Fernando Muñoz, que posteriormente recibiría el título de duque de Riánsares. En un momento dado, su madre, la reina regente María Cristina se vió obligada a abandonar el país y se estableció con su nueva familia, dejando a sus dos hijas en el Palacio Real de Madrid. Isabel II no quería que a sus hijos les pasase lo mismo y fue, desde el principio, una madre solícita preocupada por ellos.

El padre oficial, Francisco de Asís, sin ser el más cariñoso de los padres, sí que se preocupaba de que recibieran la educación que les correspondía. Para la pequeña infanta se organizó un círculo de personalidades que debían ocuparse de educarla, de transmitirle el estricto protocolo de la corte española y también tenían a su cargo su educación.
Podemos imaginarnos que la educación que se consideraba necesaria en aquel momento, no era ni mucho menos lo que se enseña hoy en día. Escribir, leer, algo de matemáticas y unas pocas nociones de geografía e historia, aparte de religión e idiomas. Sí que se hacía hincapié en que aprendieran a pintar y algo de música. Se inició así una larga relación con este arte, al que la infanta dedicó gran parte de su tiempo, siendo una mecenas para muchos músicos y aumentando el gusto por la música clásica con su patronazgo y asistencia a múltiples conciertos y operas.

Isabel de Borbón, ©Wikipedia

Aficiones para toda una vida

Desde muy pequeña a Isabel le encantaron los caballos y la caza, actividades que no dejaría hasta casi los últimos años de su vida. Fue una amazonas diestra y sin miedo, a pesar de haber sufrido múltiples caídas a lo largo de su vida. Se hicieron famosos sus paseos a todos galope que nunca se sabía cómo iban a acabar.

Le encantaban los toros y asistía a todas las corridas que podía. Conocía a los toreros personalmente y su afición era muy grande.
También le interesaban los nuevos adelantos técnicos y fue una de las primeras personas en viajar en automóvil.

Heredó de su madre su naturalidad y su facilidad para contactar con todo tipo de personas. Debido a su pequeña nariz el pueblo la apodó rápidamente «La Chata» y este sería el nombre por el que se la conocería en todo el país.

Infancia

En 1853 la reina Isabel dió a luz otra hija, Cristina que, sin embargo murió a los tres días. Así toda la atención seguía centrada en Isabel, que de momento era la heredera del trono y, por tanto, futura reina de España. Desde muy pequeña se le dejó claro su papel en la corte y la importancia de su rango. Tengamos en cuenta, además, que en aquellos años la preocupación por la salud de un niño era un tema primordial y más, cuando se trataba de la heredera del trono. Había que evitar a toda costa que se contagiase del más mínimo catarro, cualquier enfermedad podía ser fatal.
Isabel jugaba con otros niños que vivían en el palacio, pero tenía ya una amiga especial, Lolita Balanzat y Bretagne. Ambas estudiaron juntas y Lolita sería la amiga y confidente de la princesa hasta el final de sus días.
Por fin, el 28 de noviembre de 1857 nació el tan esperado varón, Alfonso. En este caso, parece ser que el padre fue el militar Puig Moltó.

Automáticamente el título de Príncipe de Asturias pasó al recién nacido e Isabel sería ya sólo infanta. Desde un principio quiso a su hermano con locura y fue una segunda madre para él.

Primeros viajes

Leopoldo O´Donnell había apoyado la regencia de la reina madre, María Cristina que se había visto obligada a abandonar el país tras la toma de poder del General Espartero en 1840. En 1856 volvería al poder al pedirle Isabel II que formara gobierno. Es entonces cuando O´Donnell pensó que era necesario mejorar la imagen de la familia real y la reina emprendió un viaje con sus hijos por diferentes provincias españolas. Resultaron un éxito total, sobre todo por el carisma de la pequeña Isabel que en múltiples ocasiones iba vestida con el traje regional de cada zona y se comportaba como exigía su rango.

Isabel de Borbón, ©Wikipedia

Una nueva relación amorosa de la reina Isabel, esta vez con un diputado del Partido Moderado, Miguel Tenorio, tendría como consecuencia el nacimiento de María de la Concepción el 26 de diciembre de 1859. Sin embargo esta niña murió poco antes de cumplir dos años de un derrame cerebral.
El 4 de junio de 1861, Isabel II daba a luz otra hija, Pilar. Al año siguiente, el 23 de junio de 1862 nació la infanta Paz y ya el 12 de febrero de 1864, la infanta Eulalia.
Durante todo este tiempo, la «Chata» había pasado el tiempo dedicado al estudio, los deportes y múltiples viajes por el país, que la habían hecho muy popular entre los españoles de toda clase social.

Casada y viuda

Como era habitual,el casamiento de los miembros de la familia real era de vital importancia para afianzar lazos con otras casas reales o países concretos según los intereses políticos del momento. Para Isabel se eligió a Cayetano María de Borbón-Dos Sicilias y Austria, conde de Girgenti.
Había nacido el 12 de enero de 1846 y era hermanastro del derrocado rey de las Dos Sicilias, Francisco II. Su vida siempre estuvo dedicada al ejército. Su situación económica era precaria, pero impuso como condición para que se celebrase este matrimonio que Isabel viviría con lo que se pudieran permitir. Por esto Isabel tuvo que prescindir de sus personas más allegadas, incluso de su amiga Lolita Balanzat.
Tras la celebración de la boda real en mayo de 1868 y los posteriores festejos, la pareja emprendió un largo viaje de novios del que pensaban volver en otoño. Durante el viaje de novios la infanta conoció a los tíos de su marido, que eran los que realmente le habían criado. Los archiduques Rainiero y María de Austria serían unos segundos padres para Isabel.
Sin embargo los acontecimientos en España se precipitaron. Isabel II fue obligada a abandonar el país y exiliarse en Francia. La infanta y su marido fueron, por tanto, también a París tras finalizar el viaje. Vivieron en su propia casa y, al poco tiempo, Cayetano empezó a mostrar síntomas de una enfermedad que no había vuelto a sufrir desde niño, la epilepsia. La situación política le superaba y sufrió una grave depresión.

Cayetano Girgenti, ©Wikipedia

Para tratar de buscar algún tipo de cura, el matrimonio viajó a distintos lugares, sin lograr nada. Se trasladaron a Suiza, concretamente a Lucerna. En 1871 Isabel estaba embarazada, pero sufrió un repentino aborto, que sumió a Cayetano en una tristeza todavía más profunda. El 26 de noviembre Cayetano se suicidó. Isabel era viuda tras tres años de matrimonio. Aunque fue un matrimonio de estado, sí parece que ambos se tenían mucho afecto e Isabel cuidó a su marido durante su enfermedad. De hecho, la muerte de Cayetano fue un duro golpe para ella.

Otra vez, Princesa de Asturias

Isabel se instaló en casa de su madre en Paris, en el palacio de Castilla. Su amiga Lola Balanzat acudió a París con su marido, José de Nájera, para ponerse al servicio de la infanta.
Mientras Isabel se ocupaba de sus hermanas más pequeñas, Pilar, Paz y Eulalia que tenían por aquel entonces 11, 10 y 8 años, su hermano Alfonso fue enviado a estudiar a Austria.
En España, mientras tanto, Amadeo de Saboya era el nuevo rey de España, aunque la situación general no había mejorado. De hecho, en 1873 dimitió y comenzó la labor de Canovas del Castillo para que se nombrase como nuevo rey a Alfonso. Entre él e Isabel existió una muy buena relación y ambos entendieron que la solución propuesta por el político era la mejor. Isabel mantuvo siempre una estrecha relación con su hermano y, muy al contrario de su madre, ejerció su papel con una dedicación total y siguiendo las normas estrictas del protocolo, teniendo siempre en mente cuál había de ser su función.
En 1874, la Primera República llegó a su fin. Alfonso estaba en Inglaterra, en la Academia de Sandhurst, desde donde se publicaría su Manifiesto, en el que revelaba sus intenciones como rey para todos los españoles.

Alfonso XII, ©Wikipedia

En enero de 1875, Alfonso XII entró en Madrid como nuevo rey de España. Tenía 17 años. Inmediatamente Cánovas vió la necesidad de traer a palacio a la infanta Isabel. La reina madre no podía regresar a España. El país seguía en contra de ella, pero Alfonso necesitaba a alguien quien le guiase en su nuevo papel y frenase su ímpetu juvenil. Por fin, en marzo su hermana llegó a Madrid. Con el nombramiento de Alfonso como rey, ella volvió a ser la Princesa de Asturias por segunda vez, ya que era la siguiente en la línea sucesoria.
Mientras tanto Isabel II se quedó en Francia, muy enfadada con su hija porque pensaba que la había traicionado. Con el tiempo la infanta Isabel se traería también a sus hermanas a Madrid, porque el tipo de vida que llevaba su madre en París no le parecía el más apropiado para unas jovencitas de su rango. Sus hermanas tuvieron que sufrir su férreo temple, su constante vigilancia para que nunca se les olvidase el papel que jugaban en el entramado del país. Para la infanta, la familia real debía llevar una vida intachable, sin escándalos. Su actividad debía ayudar a realizar proyectos sociales, económicos, culturales siempre a favor del pueblo, cuyo respeto había que ganarse.
Durante esta etapa del reinado de Alfonso XII, su hermana fue un apoyo constante. Le acompañaba en multitud de actos culturales, visitas a instituciones, etc. Isabel se dedicó durante toda su vida con gran empeño en actividades benéficas. En 1875 se creó la Junta de Señoras de Beneficiencia, institución que debía coordinar todas las actividades de este tipo. Isabel fue la presidenta y dedicó gran parte de su tiempo a este trabajo.

Isabel de Borbón y Cayetano Girgenti, ©Wikipedia

Alfonso XII y sus dos mujeres

Por otro lado, y a pesar de la oposición de su madre, el rey quería casarse con su prima, María de las Mercedes. Para ello contó con el total apoyo de su hermana. El pueblo estaba totalmente a favor de este matrimonio, ya que era prácticamente como un cuento de hadas. Y como muchos cuentos de hadas, tuvo un final trágico, al morir María de las Mercedes a los 18 años y tan sólo tres meses después de la boda.

Tras la triste historia de este matrimonio y siendo necesario buscar un heredero al trono, el segundo casamiento de Alfonso con María Cristina de Habsburgo-Lorena, también contó con el apoyo de Isabel que ayudó a su nueva cuñada, a la que consideró desde el primer momento como una hermana.

Las infidelidades del rey hicieron mella en su segunda mujer que estaba muy enamorada de él, aunque desde el principio supo que nunca podría ocupar el lugar de María de las Mercedes.

Tuvieron dos hijas, María de las Mercedes en 1880 y María Teresa en 1882.
María de las Mercedes se casó en 1901 con Carlos de Borbón-Dos Sicilias. Tuvo tres hijos, muriendo al dar a luz al tercero, que era la primera hija, en 1904. Posteriormente su marido se casó en segundas nupcias con Luisa de Orleans y su hija sería la madre de Juan Carlos I.

María Teresa se casó con Fernando de Baviera. Tuvieron cuatro hijos, falleciendo ella igual que su hermana tras el último parto en 1912. Su marido también volvió a casarse, pero no tuvo más hijos.
Alfonso XII murió el 25 de noviembre de 1885. Su mujer estaba embarazada en ese momento por lo que no se nombró a su hija mayor Princesa de Asturias, a la espera de ver si nacía un hijo varón, como sucedió el 17 de mayo de 1886. Nació Alfonso XIII, que fue rey desde el mismo momento de nacer.

Entrada al palacete de Isabel de Borbón, ©RCastañeda

Durante todos estos años «La Chata» se había mantenido en un segundo plano, aunque siempre siguiendo con sus diferentes actividades. Seguía practicando deportes, asistiendo a las corridas de toros, bailando en las fiestas, mezclándose con el pueblo en las procesiones, subiendo a las montañas más importantes de cada lugar que visitaba, etc. Era el personaje más popular de la familia real. Con la imagen más fría de la reina regente, María Cristina, Isabel aportaba el lado más cálido y humano. La pérdida de su hermano Alfonso fue un golpe muy duro para ella, pero la obligación de su puesto hizo que siguiera adelante y desde el primer momento adoró a su sobrino Alfonso XIII. Quizás fue demasiado transigente con él, le permitía todos los caprichos, porque era el rey, lo que le hizo ser demasiado mimado y consciente de su puesto. Además, las enfermedades infantiles seguían siendo un problema muy grave que, en cualquier momento, podían costar la vida a un pequeño, por lo que el futuro rey estuvo constantemente vigilado para que no se contagiase de ninguna enfermedad. Cuando se ponía enfermo, inmediatamente saltaban las alarmas en todo el palacio.

‘La infanta Isabel de Borbón y la marquesa de Nájera a la salida de los toros, 1915’ por José María López Mezquita, Museo de Madrid, ©LD

Últimos años

La infanta mantuvo siempre su relación con los músicos españoles más destacados del momento, al tiempo que ayudaba a aumentar el gusto por la música clásica alemana, especialmente Wagner, que le encantaba.
Durante toda su vida fue una gran viajera, visitando muchísimos pueblos y ciudades españoles, y también con frecuentes viajes a Austria, especialmente a su capital, Viena, donde le gustaba visitar los salones y la ópera.

No podemos olvidar el viaje que realizó en representación de su hermano, el rey, a Argentina con motivo del centenario de aquel país en 1910. Viaje que todavía se recuerda.
Desde siempre Isabel disfrutó de sus vacaciones en la Granja, donde se sentía muy a gusto, paseándose por los jardines y disfrutando de sus fuentes.

A partir de la mayoría de edad de Alfonso XIII, Isabel creyó que había llegado el momento de alejarse de la vida de palacio, de dejar paso libre a la nueva generación. Buscó una casa en Madrid y en 1900 compró un edificio en el barrio de Argüelles, en la calle de Quintana que actualmente está ocupado por dependencias del Ejército del Aire.
En este palacio mantuvo su actividad cultural hasta sus últimos días, al igual que siguió practicando la equitación, causando más de un susto al resto de la familia por sus caídas cuando iba al galope. A medida que fue perdiendo a sus amigas y amigos, se fue sintiendo también más sola, aunque seguía siendo un personaje popular y muy querido en el Madrid de aquel entonces, ya más republicano que monárquico.
En el momento de la salida de Alfonso XIII del país en 1931, al único miembro de la familia real al que se le permitió quedarse fue a «La Chata», sin embargo ella quiso acompañar a la familia en este trance. Una vez más iba al destierro, aunque ya estaba muy enferma y a los cinco días de haber salido hacia Francia, murió en París el 23 de abril a los 79 años.
Su cuerpo no llegaría a España hasta 1991. El 24 de mayo sus restos fueron trasladados a la Granja de San Ildefonso, donde fueron depositados en el panteón real.

Fuentes:
Rubio, María José: «La Chata». La Infanta Isabel de Borbón y la corona de España. La Esfera de los Libros. 2003

 

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